En 2050 tendremos que alimentar a más de 9.000 millones de personas, (600 millones en la UE) para lo que habrá que producir un 70% más de alimentos según las estimaciones de la FAO. El lema de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura “Fiat panis” (hágase el pan) me sirve para ilustrar la evolución de la agricultura española en los últimos 25 años.
En un contexto global marcado por recurrentes crisis alimentarias, el sector agrario ha recuperado su carácter estratégico como base de una alimentación sostenible para el conjunto de la ciudadanía. Ante todo, somos productores de alimentos sanos y seguros que, además, nos encargamos de la gestión de bienes públicos como la conservación del medio ambiente, el mantenimiento de la biodiversidad o la vertebración del territorio y el medio rural.
Las reglas del juego de la PAC
Sin duda, la profesionalización del sector en las últimas décadas ha contribuido a ello. Innovación, formación e implementación de las nuevas tecnologías han propiciado un gran salto en la gestión diaria de las explotaciones, mejorando la calidad de vida de los agricultores y de la propia calidad de los productos que llegan al mercado. Aunque queda camino por recorrer, esa evolución ha supuesto grandes cambios en la injustamente denostada imagen social de esta profesión.
Ante todo, somos productores de alimentos sanos y seguros
Sin embargo, la gran protagonista de este periodo ha sido la PAC, Política Agraria Común, que ha definido las reglas del juego con múltiples reformas, condicionando de modo determinante el desarrollo del sector y sumiéndolo en una permanente incertidumbre. Una política que desde su aplicación en España, allá por 1986 con la entrada de nuestro país en la CE, ha consolidado un reparto de ayudas parcial e indiscriminado que no ha servido ni para compensar la caída de rentas ni para orientar las ayudas hacia los verdaderos agricultores y ganaderos profesionales.

Imagen de archivo de un agricultor en un campo de trigo. EFE/JUAN MARTIN
Una PAC que ha eliminado de forma progresiva los mecanismos de regulación de mercado y el principio de preferencia comunitaria, priorizando los acuerdos de libre comercio con terceros países en base a unas condiciones de competencia desleal que no respetan los estándares de calidad, seguridad, sanidad vegetal y bienestar animal que sí cumplen los productores europeos.
Necesitamos avanzar en políticas que diseñen un marco adecuado para la sostenibilidad económica, social y medioambiental de las explotaciones
Esta situación ha provocado una alarmante caída de la renta agraria, (la renta agraria real permanece hoy un 20% por debajo de la cifrada en 1990), con la consiguiente pérdida de activos agrarios, (apenas un 4% de la población activa frente al 20% de finales de los 80), y el insostenible envejecimiento del sector ante la ausencia de relevo generacional, (cerca del 60% de los agricultores tienen más de 55 años).
Retos del futuro
El futuro pasa por una apuesta decisiva por un modelo social y profesional de agricultura, la innovación y el relevo generacional. Necesitamos avanzar en políticas que diseñen un marco adecuado para la sostenibilidad económica, social y medioambiental de las explotaciones. Sostenibilidad económica, con unos precios justos y una reducción de costes que sitúen a las explotaciones por encima del umbral de la rentabilidad; sostenibilidad social, con un desarrollo económico equitativo del medio rural, fomento del empleo y fijación de población en nuestros pueblos; y sostenibilidad ambiental, no sólo con el uso responsable de recursos escasos como el agua y la tierra, sino con el ahorro de inputs tales como fertilizantes, fitosanitarios y energía.
Sólo de esa manera podremos afrontar con ciertas garantías los grandes retos del nuevo siglo: seguridad alimentaria para una población en aumento, lucha contra el cambio climático y erradicación del hambre y la pobreza. Lo dijo el ex presidente de Senegal y poeta Leopold Sédar; “los derechos humanos empiezan por el desayuno”.